Hemos visto que el CCE suele exponer la
acción salvífica del Hijo desplegándola en cuatro –o cinco– aspectos
complementarios.[1]
Así, cuando CCE 456ss responde a la pregunta
“¿Por qué el Verbo se hizo carne?” aparecen una razón general –“Por nosotros
los hombres y por nuestra salvación”– y cuatro razones que la especifican:
– “El Verbo se encarnó para salvarnos
reconciliándonos con Dios” (CCE 457).
– “El Verbo se encarnó para que nosotros
conociésemos así el amor de Dios” (CCE 458).
– “El Verbo se encarnó para ser nuestro
modelo de santidad” (CCE 459).
– “El Verbo se encarnó para hacernos
«partícipes de la naturaleza divina»” (CCE 460).
La primera y la última de estas cuatro
razones podrían resumirse en aquella sentencia de la teología de la gracia, que
dice que “la gracia sana y eleva...”. Y, si quisiéramos resumir en
dos palabras las otras dos razones podríamos usar las palabras “revelación” y
“modelo”, respectivamente.
Esta tétrada que representa “lo sanante”,
“lo elevante”, “lo revelante” y lo modélico, el CCE volverá a usarla –al menos–
dos veces más. Pues cuando nos exponga que “toda la vida de Cristo es misterio”
(CCE 514-521) volverá a apelar a esta estructura expositiva; e, incluso, aquí
encontramos que la exposición integra un elemento más –el quinto– desde una
perspectiva mística: “Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros” (CCE 521). Y, más
adelante, cuando nos presente “el sentido y alcance salvífico de la Resurrección” de
Jesús (CCE 651-655) reaparecen los cinco elementos. Y, también en el contexto
de la invocación “Padre” (CCE 2779-2785) se desplegará este esquema básico, con
algunos enriquecimientos.
Esto puede relacionarse con las Partes del
CCE, en cuanto a sus acentuaciones fundamentales.[2]
Pues el elemento revelante, lo encontramos en la Primera Parte con la
exposición sobre la
Revelación divina y el contenido de la fe (fides qua y fides quae). Lo sanante y elevante, lo recibimos por medio de la
liturgia, que es presentada en la Segunda Parte. La moral –expuesta en la Tercera Parte–
implica lo modélico. Y la mística –que ocupa la Cuarta Parte–
concretiza la comunión.
Y, en todos los casos, es el centro es
Jesús. Él es el “mediador y plenitud de toda la Revelación” (CCE 65),
el “centro y corazón de las Escrituras” (CCE 112), y ocupa el centro del
Símbolo, donde se exponen los misterios centrales de nuestra fe. La liturgia
también es cristocéntrica, porque hay una “obra de Cristo en la liturgia” (CCE
1084ss), y en “los sacramentos” –que son “de Cristo”– (CCE 1114ss), y por los
que comunica su “Misterio Pascual” (CCE 1113ss). Jesús también es “la
referencia primera y última” de la moral cristiana (CCE 1698). Y “la oración de
los discípulos” es “en comunión con su Maestro” (CCE 2612), quien nos dejó su
oración, “la Oración
del Señor” (CCE 2759ss).
[1] Cf. 2.3.3.1. “Las cuatro perspectivas de CCE
457-460 y su recurrencia”, en p. 150; 1.1.3.1. “Tres perspectivas, que en otros
lugares fueron más”, en p. 359; y 1.2.3.4. “Nuevamente, aquel esquema que
despliega cuatro perspectivas... o cinco”, en p. 376.
[2] Decimos “sus acentuaciones fundamentales” pues –“hilando fino”–
en cada uno de los elementos encontramos implicados los otros. Basten algunos
ejemplos: ya hemos visto que en el despliegue de la Sección dogmática es donde
aparecen estos esquemas de cuatro y cinco elementos que el CCE utiliza; la moral
cristiana no sólo tiene como modelo a Jesús, sino que es –más fundamentalmente–
una “vida en Cristo” lo cual implica la mística de la comunión con Él; y en
relación con la oración también hemos visto los cinco elementos que aparecieron
en la Sección dogmática.